viernes, 22 de junio de 2012

Tristeza...

La sensación comienza casi siempre en el estómago: es como un vacío que rápidamente se convierte en un incómodo cosquilleo que genera una ansiedad detestable por todo el cuerpo. Las manos se contraen, los músculos de la cara se activan y la sustancia parece salir de las vísceras, pasar por el corazón y llegar a los ojos...

La melancolía se refleja nítidamente en el cuerpo y el alma maltrecha se muestra tal como está... Dientes luchan entre sí hasta llegar a acabarse, labios tiemblan, ojos comienzan a humedecer y a su vez a enrojecer.

La angustia se intensifica; la tristeza toma fuerza y ahora la garganta se bloquea... Las lágrimas emergen, se siente su paso bajando por las mejillas hasta alojarse en el cuello, una tras otra, una tras otra, una tras otra. 

El sufrimiento es silencioso y las imágenes en la mente están en blanco y negro, no podían estar de otra forma... Desconcertados los ojos recorren la solitaria habitación, la escasa fuerza condena al cuerpo a la quietud, abatida el alma busca consuelo sin encontrarlo...

Ni el mejor de los abrazos podría reconfortar esta profunda tristeza... Será mejor cerrar los ojos...

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